Uróboros
Cuando el circulo se devora a si mismo surge un laberinto elegante: una línea que se ensancha ligeramente para marcar el retorno de la circunferencia. La contradicción claudica para abultarse entre sus extremos para que así la genética ría nerviosa.
No despertar para la Guerra Florida, la vigilia es la condición del día artificial, redunda la luz mientras el tuerto reina.
Un estado de animo parecido al de soldados con el presentimiento de la guerra perdida. Al fin entender que no hay razón que justifique tanta barbarie, ya solo resta, barbaros, disparar a discreción, aturdirse con el ruido, cegarse con el humo que adormece. Se retrocede en una imposible marcha atrás hacia lo que se ha destruido.
Tarea de escribir la música material que comprende el virus y el pulgar derecho. Mirar el esquema detallado de la cotidianidad diseñada que calza al mismo tiempo en el espejo. El agua de mercurio distribuida por cristales de opio, la pantalla salva de cualquier decisión; guiados por el hipotálamo marchar planos, perdidos en el laberinto. Escribir para dejar trazas suspendidas bajo las ingles de los iletrados, pictogramas que se pliegan sobre la insignificancia.
Al final una palabra (maravilla) lo puede decir todo.
El señor de la ciudad ya no tiene freno. Él, que siembra en las niñas el único futuro de ser caldo de riñón o portada de revista. Ahí va, enmadejado verdugo cargado de autopistas, allanando la vida, salpicando lozas de concreto. Sus espectros gritan por el cuello antes de ser desleídos. Estéril, no queda el recuerdo de la llanura, la montaña es cantera que se agota. Allí se ve al señor que decapita, ni a las espigas respeta, siega el genoma y lo comercializa, niega el tiempo del cortejo, no da chance para la palabra pensada, hay que correr, moverse lejos hacia un lugar en ninguna parte o desplazarse sobre un grafo insoluble.
Al final una palabra (maravilla) lo puede decir todo.
Referirse al inicio donde se sigue a la mujer y su palabra. La madre sembradora de vida y lenguaje no debe ser solo nostalgia. Los zapadores aprendieron a hablar con la ternura que acaricia un seno: desobedientes, pueden dejar de atrincherarse, de cavar para desierto, de represar el agua. Una semilla se coloca sobre la tierra escarbada mientras las palabras llueven en el silencio de la canción que redondea los labios hacia el pezón.
El ojo omnipresente puede llegar a ser una historia coprológica, zapping que salta de flor a tierra, pasa por mil y un payasos de un bienestar que en felicidades se fuga hasta llegar a la gallina ciega donde las profundidades oscuras orada. El tejido se despliega iridiscente y calidoscópico sostenido por líneas que crecen entre los espacios de lo no dicho. Humus de homínido, el Sputnik cae para que callar sea testimonio de lo perecedero. Los musgos en silencio gotean.
Al final una palabra (maravilla) lo puede decir todo.
Ahora las musas se han perdido. No porque sean incapaces de saber en qué espacio viven: el desierto crece y se preguntan si los camellos amnésicos tienen sed. La música fluye incomprensible en los audífonos que pornoacústicamente lo escuchan todo sin establecer ninguna diferencia. El desconcierto no va frente al meñique ni a ningún dígito, solo se establece brevemente cuando los ojos desean saber cuantas cifras se han construido, para que exista una matemática de la mirada o del tacto sobre la piel genital.
Antes, siempre dispuesta al sabotaje, la placenta oscura caminaba al lado opuesto de la luz. Ahora, obesos de sensación, sin sed, plenos de asombro sin proyección ni susto, calmos, satisfechos y hasta felices de no tener la gemela prieta, bailando sin la persecución de ninguna sombra, limpios de recuerdos, todos los intercambios son posibles. Por fin ser ángeles.
Troquelados, danzando en grupo, los pedestres retornan diferentes. Derrotada la eugenesia, sobrevive la melancolía del cuerpo imperfecto, del olvido y la visión sesgada. Dos palabras seleccionadas siempre serán interpretadas, los algoritmos claudican al ruido, para que ojo frente a ojo se vuelva a encontrar el sentido.
Al final una palabra (maravilla) lo puede decir todo.

NOCTURNO óleo sobre superficie rígida 50 x 39.5 cm

